Copyright 2012 José Luis Parra
Publicado en Wattpad por el autor.
Abro los ojos a un nuevo día con la misma sensación contenida desde hace décadas, con la esperanza de que me sigan recordando, que sepan que todavía estoy aquí, apagándome lentamente, en silencio, sin que nadie se haga eco de mis dolencias, pues ya nadie me escucha, ya nadie me entiende, ya nadie me estima. ¿Tan desmesurado es pedir un poco de consideración? ¿Tal ha sido mi pecado para recibir este castigo? ¿Pecado? Aún trato de evocar cuándo mordí la manzana prohibida. Son largos años los que albergo en mis entrañas y quizás padezca de falta de memoria pero no para olvidar algo que, al parecer, está marcando mi existencia. Aunque si nadie es capaz de almacenar en la memoria sus errores, mucho menos reconocerlos y quizás ahí se encuentre mi dilema.
Publicado en Wattpad por el autor.
Abro los ojos a un nuevo día con la misma sensación contenida desde hace décadas, con la esperanza de que me sigan recordando, que sepan que todavía estoy aquí, apagándome lentamente, en silencio, sin que nadie se haga eco de mis dolencias, pues ya nadie me escucha, ya nadie me entiende, ya nadie me estima. ¿Tan desmesurado es pedir un poco de consideración? ¿Tal ha sido mi pecado para recibir este castigo? ¿Pecado? Aún trato de evocar cuándo mordí la manzana prohibida. Son largos años los que albergo en mis entrañas y quizás padezca de falta de memoria pero no para olvidar algo que, al parecer, está marcando mi existencia. Aunque si nadie es capaz de almacenar en la memoria sus errores, mucho menos reconocerlos y quizás ahí se encuentre mi dilema.
Cierro los ojos a una nueva noche
con más dolor que la anterior, pero sin conciliar sueño alguno, sólo pliego mis
párpados para evitar ver la tragedia, la ansiedad, la soledad. Realmente no hay
una gran diferencia entre el día y la noche, el contraste cada vez es menor.
Vivo y muero a cada instante, pestañeo a cada instante. Son simples guiños que
articulo con la ilusión puesta en que en alguno de ellos consiga arrastrar y
purgar esas motas de maldad y pesar, las cuales, intentando autoconvencerme,
están ahí y codicio expulsar en algún amanecer volviendo a entrar el esplendor
de una nueva Era, una conducta gobernada por la comprensión y la atención
mutua.
Antes todo era distinto. Desde el
día en que los vi nacer procuré ser la mejor madre posible, luché para que no
les faltara alimento, para que siempre pudieran saciar su sed. Desde el
principio, cuando aún sus diminutos ojos permanecían cerrados y ya exigían
continuos cuidados, no hice otra cosa que mover cielo, tierra e incluso aire si
era necesario, para satisfacer todas sus necesidades, para impedir que, por
algún descuido, enfermasen más de lo naturalmente establecido. Me entusiasmé
cuando chapurrearon sus primeros balbuceos, cuando pronunciaron
"papá" lo sentí como si esa palabra fuera dirigida a mí, cuando
pronunciaron "mamá" también.
Viví su crecimiento bajo mi
absoluta supervisión, evitando que a esas criaturas nacidas de mi ser les
ocurriese cualquier infeliz accidente. Eran mis pequeños, mis dulces niños,
sólo podía desearles felicidad. Cada día me esforzaba en inculcarles buenos
valores morales hacia las personas, hacia los animales, hacia la naturaleza.
"Sembrad y recogeréis", "ofreced y recibiréis",
"respetad y seréis respetados". Esas iniciales primaveras en su
desarrollo fueron las más fáciles de conducir. Confiaban ciegamente en mí
sabiendo que yo nunca les defraudaría y que eternamente estaría dispuesta a
darles cuanto necesitaran. Fueron creciendo y al alcanzar la pubertad
comenzaron sus, cada vez más, inquietudes, ya no se conformaban con lo que les
enseñaba, ya lo cuestionaba, lo juzgaban, recelaban de todo y en su rebeldía
creían conocer más verdad que la mostrada. En esa época no tenía sentido
contradecirles, lo mejor que podía hacer, al menos eso creía al parecer
equivocadamente, era entregarles alternativas, pistas para que ellos entendieran
las cosas tal y como yo las consideraba más correctas. Me encomendaba a la idea
de que en un momento avanzado así lo recordarían, me lo agradecerían, y
aprenderían a cuidar de mí al menos la mitad de como yo lo hice por ellos.
Poco a poco fui percibiendo un
mayor distanciamiento pensando que, seguramente, era normal, era Ley de Vida.
Comprendía que necesitaban su espacio privado, que lo que hacían no era con
maldad, teniendo en mente en cada momento un bien común, un bien presente y
futuro. Me equivoqué. No lo vi venir, o no quise verlo. Tal vez pude haberlo
detenido, haberlo desviado, tal vez mi amor por ellos me cegó de tal modo que
no me permitió determinar en lo que acontecería tiempo después, tiempo actual
en el que ya sólo puedo esperar, aguantar como mejor o peor pueda y dejarme
llevar resignada hasta mi agónico desenlace, sola, aislada, abandonada.
Siento un vacío tan inmenso que
difícilmente puedo llorar, que los antes ríos de lágrimas se han convertido en
simples arroyuelos que esquivan mi piel quemada, seca y agrietada, a la cual
apenas le queda cabellera ni ligero vello que cubra las zonas más delicadas de
su contorno, pelaje arrancado de raíz por rabia o calcinado por la sinrazón. A
mis pulmones les cuesta respirar de tanto desprecio inhalado, cada vez me
irritan más los rayos del Sol, el mismo que antaño enriquecía mi propia esencia
con solo sentir su cálido tacto, ahora me hiere, me lastima, me deteriora. Mi
cuerpo se ha ido cubriendo de cicatrices, algunas llegaría a considerar
justificadas, otras menos y que no son más que duros y secos senderos atezados
que conectan las pocas zonas vivas que continúan resistiendo a mi desgaste.
¿Por qué se comportan así? Yo que
se lo he dado todo, les di la savia para nacer, la luz para guiarse, el aire
para respirar, los pasos sobre los que
caminar, y ésta es la recompensa que obtengo.
Me apena profundamente no haberles
inculcado con suficiencia su papel en mi vida, haciéndoles entender que ellos
no son los únicos a los que prestar la atención, que son sólo una fracción de
todos mis hijos, y que no es sólo el daño que me hacen a mí, es el que le están
haciendo a sus hermanos. Cada planta, cada árbol, cada animal, cada río, cada
mar, cada pizca de tierra, cada átomo de oxígeno. Todos, absolutamente todos
sufren las consecuencias de sus acciones, de sus excentricidades, de su falta
de respeto, de su inconsciencia, de su imprudencia, de su carencia de ética, de
su inmoralidad, de sus corazones negros, de sus mentes corruptas y ansiosas de
riqueza y poder sin escrúpulos. Siento que se me acaba el tiempo, pero no estoy
tan afligida por mí como por el resto de criaturas y seres que cobijo bajo mi
deteriorada protección, pues todos morirán conmigo sin haber tenido nada que
ver, sin ni siquiera ser capaces de defenderse de tan despiadada situación, sin
una mínima opción de permitirles cambiar o luchar. Consternada porque ni mis
devastadores retoños entienden que ellos mismos se quedarán vacíos, que no
habrá un futuro para quienes están llegando, novicios e ignorantes del estado
actual en que se encuentra su Madre Naturaleza y que no verán prosperar.
Quizás sea ingenua, quizás me apoye
en la Fe, en mi propia Fe, quizás toda mi esperanza se base únicamente en el
fervor deseo de que mi sueño se torne realidad y los humanos, mis creaciones
más indomables, den un giro en sus corazones y me ayuden a reconstruir todo
aquello que han destruido, porque sin su ayuda jamás lo conseguiré, sin mi
ayuda jamás lo conseguirán.
Sólo por si acaso aún no es demasiado
tarde y levantan sutilmente las vendas que cubren sus ojos, si retiran los
tapones que bloquean sus oídos, si se dignan a girar su mirada una última vez,
si aún me recuerdan lo más mínimo, me gustaría dedicar mi último aliento en
preguntarles: ¿Vais a permitirme morir? ¿Vais a dejar perecer de esta forma a
vuestra Madre, a la Madre de todos, a la Madre de todo?
Me ha gustado mucho. Nadie debería sentirse nunca así después de darlo todo por otras personas pero, lamentablemente, ocurre muchas veces.
ResponderEliminarUn beso
Gracias por tu comentario Mayte. Es un honor que te haya gustado :)
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