EL ELIXIR DEL AMOR VERDADERO
Copyright 2014 Olga Nuñez Miret
Publicado en el blog de la escritora: Just Olga
La cosa duraba ya dos días y a Amelia se
le habían acabado la paciencia y las ideas. Era cierto que quería encontrar
novio y llevaba mucho tiempo sin salir en serio con nadie. Pero de ahí a que de
repente todos los hombres con los que se cruzaba se la quedasen mirando,
empezasen a decirle tonterías, y la siguieran por donde quiera que fuera, había
un abismo.
Había esperado a que oscureciera para
evitar tener a un pelotón de hombres siguiéndola por todas partes. Lo único que
se le había ocurrido, después de consultar el internet sin encontrar ninguna
respuesta, fue ir a ver a la abuela Petra. En su pueblo, Madejar, la abuela
Petra era la autoridad en todo lo que se refería a la historia local, hierbas y
pociones, cosas del corazón, folklore… Petra Gutiérrez era la versión autóctona
de Google, aunque con mucho más estilo y color.
Al amparo de la noche e intentando no
cruzarse con nadie Amelia llegó a la casa de la abuela Petra. Era una casona
baja, tosca, que parecía arrancada a golpes de cincel de la colina de piedra en
la que se apoyaba.
-¡Abuela Petra! ¡Abuela Petra! Soy yo,
Amelia. ¡Necesito su ayuda!
-Pasa hija, pasa. Ya sabes que aquí
siempre eres bienvenida.
Amelia entró en la casa, que parecía un
museo de la vida rural de hacía un par de siglos, y encontró a la abuela
sentada frente al fuego en la sala/comedor.
-Hola abuela.
Hola hija. Siéntate, siéntate. ¿Cómo
vienes a estas horas con tantas prisas?
Amelia le obedeció, sentándose en una
silla baja, y sin darle más vueltas al asunto fue directa al grano, como solía.
-Abuela, hace un par de días que me está
pasando algo muy raro. Cada vez que salgo de casa todos los hombres se giran
para mirarme, me echan piropos, me compran flores, me siguen a todas partes
como perritos falderos… No sé qué les pasa a todos, pero no es normal. Y no me
digas que soy muy guapa y que les gusto, que eso no me había pasado nunca
antes, y sé que no es cierto.
La abuela Petra la miró fijamente y se
quedó callada, reflexionando. Al final dijo:
-¿Hiciste algo fuera de lo normal hace un
par de días?
-¿El jueves?... Nada que yo recuerde.
Estaba repasando los papeles y ordenando cosas y… ¡Es cierto! Encontré unas
cuartillas sueltas entre las cosas de mi madre. Recetas. Me preparé una de las
tisanas.
-¿Recuerdas qué llevaba?
-De hecho no tengo ni idea.
-¿Qué quieres decir?
-En lugar de ingredientes lo que había en
la receta eran símbolos. Me di cuenta de que correspondía a algunas de los
frascos que tenía mi madre en su alacena de ingredientes. Y preparé la tisana.
-¿Y la tomaste sin saber lo que llevaba?
Amelia miró a la abuela Petra.
-Mi madre siempre me había dicho que no
había venenos ni ningún ingrediente peligroso en su alacena…Ya sé que no me
acuerdo de todo y que mi madre… murió hace años, pero de eso me acuerdo
perfectamente.
El padre de Amelia era geólogo y
trabajaba en explotaciones petrolíferas en el extranjero y le veía poco. Su
madre había sido su roca, y la había criado casi sin ayuda. Por desgracia su
madre…
Sintió que se le humedecían los ojos. La
abuela Petra se levantó de la silla y abrazó a Amelia, estrechándola fuerte.
-Todos echamos de menos a Cristina. Tu
madre era una gran mujer.
A pesar del tiempo que hacía que había
muerto su madre, casi cinco años, Amelia se había resistido a guardar sus cosas
y lo había dejado todo como estaba, hasta hacía unos días. El ayuntamiento
estaba planeando unas obras de mejora de la calle donde vivía y le habían
pedido unos documentos. Y durante su búsqueda se había tropezado con lo que
parecían unas recetas, y un diario de su madre, aunque escrito usando un código
que aún no había conseguido descifrar.
-Sí, pero ¿por qué escribir las recetas y
su diario de una forma tan rara? Ni que tuviera grandes secretos que ocultar.
La abuela Petra suspiró profundamente y
se volvió a sentar. Fijó su mirada en el fuego.
-De hecho…Hay muchas cosas que tú no
sabes de tu madre.
-¿Qué quieres decir?
-Si quieres saberlo todo…tendrías que ir
a ver a la mejor amiga de tu madre. Manuela.
-¿A Manuela? ¿La madre de Fran?
-Sí, la madre de Paco.
Amelia y Francisco (al que todos llamaban
Paco, aunque ella siempre le había llamado Fran) habían sido muy amigos de
pequeños. Sus madres se conocían desde la escuela y ellos jugaban juntos
mientras sus madres charlaban, cocinaban, trabajaban…
-¿Le has visto? Paco está visitando a sus
padres. Está de vacaciones. Ha venido muy guapo -dijo la abuela Petra.
-No. No le he visto. Hace tiempo que no
nos vemos…
Muy guapo…Desde luego. De pequeño Fran
era un niño torpe, delgado como un fideo, siempre despeinado y desaliñado. A
Amelia su aspecto nunca le había importado mucho, y aunque no era el chico más
popular de la escuela, se divertían juntos un montón. Leían historias, jugaban
interpretando a los personajes de la tele, ideaban aventuras imaginarias, y
estudiaban y hacían los deberes. Eran inseparables. Un verano, cuando tenían
unos 17 años, Fran se fue de vacaciones a la costa con sus tíos y al volver no
parecía el mismo. Alto, moreno, vestido a la última, y musculoso. De repente
todas las chicas se echaban a sus pies, se volvió don popular, y se le subieron
los humos a la cabeza, o eso le pareció a ella. Siempre estaba ocupado, nunca
tenía tiempo para verla, y al final…
-Pues si quieres enterarte de qué está
pasando y encontrar una solución, Manuela es la clave.
-¿No me vas a decir nada más?
-Ve a ver a Manuela. Estoy segura de que
ella te lo podrá explicar todo. Y además, ya va siendo hora de que hagas las
paces con Paco.
-Yo no….
-No, no me digas que no os habéis
peleado. Eráis inseparables y como me has dicho antes, ahora ni os habláis. A
menos que quieras seguir con todos los hombres con los que te cruces
persiguiéndote, más vale que vayas a ver a Manuela.
-Me lo pensaré.
Amelia se encaminó a la puerta pero se
detuvo antes de abrirla. Había mucho ruido, como si hubiera una multitud de
gente fuera, o un enjambre de abejorros. Miró por la ventana y vio a un montón
de hombres, en vilo, esperándola.
-¿Puedo salir por algún otro sitio?
-Por la puerta de la cocina… -la abuela
Petra soltó una risotada-. Entonces parece que al final vas a ir a ver a
Manuela, ¿no?
Amelia se encogió de hombros y echó a
correr hacia la cocina. Salió a paso ligero para evitar que la pillaran los
hombres que se habían acumulado fuera de la casa de la abuela Petra. Tenía que
ir con cuidado ya que no les daría el esquinazo por mucho tiempo.
La casa de Pedro y Manuela Márquez, los
padres de Francisco, estaba al lado de la iglesia, a unos cinco minutos de la
casa de la abuela Petra. Amelia llegó allí sin aliento y se puso a golpear la
puerta con rapidez.
-¡Por favor! ¡Por favor! ¡Abrid!
-¿Pero qué pasa?
Francisco abrió la puerta. A pesar de lo
desesperado de la situación, Amelia no pudo evitar una profunda inhalación
cuando vio a su amigo de infancia. La abuela Petra tenía razón. Estaba
buenísimo. Él le ofreció una sonrisa de oreja a oreja.
-¡Amelia! ¡Cuánto tiempo!
-Hola Fran. ¿Está tu madre?
La expresión de Francisco cambió a una
seca y dura.
-Sí. Está dentro. Pasa.
-Cierra la puerta. Si no lo haces vas a
tener la casa invadida de hombres.
Francisco la miró con cara de sorpresa
pero ella no tenía ganas de explicaciones. O bueno, sí, pero no en aquel
momento. Mientras se dirigía hacia la cocina, de donde se oía salir el sonido
de una radio, Amelia se preguntó si quizás se habría acabado el extraño poder
que había adquirido sobre los hombres, ya que Fran se había comportado de forma
completamente normal con ella. O eso o era inmune. Golpeó la puerta de la
cocina con los nudillos.
-Pasa, Amelia.
-¿Cómo sabías que era yo?
Manuela la miró y sonrió. Aunque
físicamente no se parecían demasiado, ya que Manuela era alta y morena y su
madre bajita y de pelo castaño, a Amelia siempre le recordaba a su madre, y esa
era otra de las razones por las que no se había pasado mucho por allí.
-Te estaba esperando. He oído que te has
convertido en un imán para los hombres.
-La abuela Petra tenía razón. Me dijo que
tenía que venir a verte y que tú me contarías algo sobre mi madre que lo
explicaría todo. No sé yo…
-Siéntate, Amelia, y dime qué pasa.
Amelia se lo explicó todo.
-Entonces, ¿qué me dices? ¿Qué es eso tan
importante que tú sabes sobre mi madre?
-No sé si crees en… la sabiduría
tradicional, cosas fuera de lo corriente, que no se pueden explicar fácilmente
ni racionalmente…
-¿De qué estamos hablando? ¿De vampiros,
hadas, hombres lobo…? -dijo Amelia, medio riéndose.
-No… -dijo Manuela-. Estamos hablando de
hechizos y brujería…Blanca, eso sí.
-¿Quieres decir que mi madre era una
bruja? ¿Estás de broma?
-No. Quiero decir que las dos tenemos… teníamos,
una habilidad especial, y sabemos cosas sobre hierbas, pociones…
-Eso es ridículo.
-En absoluto. Utilizábamos un lenguaje
especial, un código para escribir sobre nuestras experiencias. Si quieres te
puedo ayudar a descifrar su diario y las recetas. Sospecho que tú debes haber
heredado la habilidad. Y yo tengo guardados libros de hechizos y pócimas de
nuestras abuelas y tatarabuelas. Nos viene de familia. De hace muchos años.
Solo a las mujeres de las dos familias.
Amelia no estaba dispuesta a creerse nada
de aquello.
-Si fuera verdad algo habría oído. Todos
los pueblos tienen sus leyendas e historias. Jamás he oído nada sobre Madejar.
-Nosotras y nuestras familias siempre
fuimos muy discretas.
Amelia seguía sin creerse nada.
-Entonces, según tú, ¿por qué me está
pasando esto?
-No lo he probado nunca, pero esta
“tisana” de la que me has hablado tiene que ser el elixir del amor verdadero.
-¿El qué?
-El elixir del amor verdadero. Toda
persona del sexo opuesto que se cruce contigo caerá rendido a tus pies.
-¿Y cuánto duran sus efectos?
-Un mes, más o menos, pero estoy segura
de que existe un antídoto y creo que está en uno de mis libros. Lo preparo esta
noche y te lo llevo mañana por la mañana. Cuando veas que funciona te darás
cuenta de que tengo razón.
Amelia asintió y se dirigió a la puerta.
Giró el pomo, pero se quedó pensando.
-¿Qué te pasa? -preguntó Manuela.
-Me estaba preguntando para qué sirve esa
poción. Lo entendería si se la dieras a alguien que te gustara para que se
enamorara de ti, pero hacer que todos los hombres se enamoren temporalmente de
ti por una poción… Eso no es amor verdadero. No entiendo ni para qué sirve, ni
el nombre.
Manuela se rió.
-No es por eso por lo que se llama así.
Es cierto, el elixir tiene ese efecto en todos los hombres, pero no tiene
efecto alguno sobre un hombre que esté enamorado de ti de verdad. Si alguien
está enamorado de ti de veras, se comportará como siempre se ha comportado
contigo.
-O sea que sirve para distinguir el amor
verdadero de una mera ilusión, de un capricho.
-Precisamente.
Amelia salió de la cocina, andando muy
despacio. Se paró delante de la habitación de Francisco, que no parecía haber
cambiado nada en los últimos años. Llamó a la puerta.
-Fran…
Él abrió la puerta.
-Creí que solo habías venido a ver a mi
madre.
-Sí. Perdona, pero necesitaba un consejo
urgente. Pero hace tanto que no te veía. Desde que te fuiste a trabajar a la
capital.
Francisco estaba de pie, con la puerta
entreabierta y cara de pocos amigos.
-Te escribí. Te envié mi correo
electrónico. No te dignaste a contestarme -dijo él.
-Te iba a enviar un texto por tu
cumpleaños, pero… Estaba segura de que tendrías otras cosas que hacer.
Francisco la miró a los ojos.
-Siempre he tenido tiempo para ti.
Pensases lo que pensases.
-Siempre te veía tan ocupado, incluso
antes de que te fueras…
Francisco suspiró y la expresión de su
cara se transformó en una de tristeza.
-Volví de aquellas vacaciones con mis
tíos, y de repente… empezaste a comportarte de una forma muy rara conmigo. No sé
porqué. Todo lo que yo hacía te parecía mal… Es cierto que gente que nunca se
había fijado en mí empezaron a reírme las gracias, pero a mí eso me daba igual.
Amelia se quedó mirando a Francisco. El
elixir no parecía ejercer ningún efecto sobre él. Y si Manuela tenía razón, eso
solo podía querer decir que…
-Perdóname Fran. Tienes razón.
-Entre tú y yo no hace falta pedir
perdón.
-Fran…
Francisco y Amelia se quedaron embobados
mirándose el uno al otro. Un carraspeo de Pedro, el padre de Francisco que se
les había acercado sin que ellos se dieran cuenta, les hizo volver en sí.
-¿Te quedas a cenar, Amelia? -preguntó
Pedro mirándola con una expresión muy peculiar-. Otra víctima del elixir -pensó Amelia.
-Gracias, pero hoy no puedo. Algún otro
día.
-¿Por qué no nos vemos mañana? -sugirió
Francisco.
-Me encantaría.
Amelia hizo un amago de salida por la puerta delantera para despistar a
sus seguidores y finalmente salió por la puerta del jardín. Llegó a su casa
cansada pero feliz. No estaba segura de cómo se sentía sobre un posible legado
de brujería y hechizos, pero le agradó saber que el amor verdadero no
necesitaba de elixires. Y también comprobar que la amistad es el mejor cimiento
del amor.
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