jueves, 19 de diciembre de 2013

Navidades pasadas, presentes y futuras... (3)

UN REGALO INESPERADO
Copyright 2013 Raquel Sánchez García
Publicado en el blog oficial de la escritora: Relatos Jamas Contados

Al oír el timbre del telefonillo, salí rauda y veloz persiguiendo a mi madre. Estaba nerviosa tirando de su mandil, ansiosa, esperando detrás de la puerta. Era el día de nochebuena, 24 de diciembre de no sé que año, la primera vez que mi familia se reunía al completo en casa de mis padres. No tendría más de seis o siete años y no recordaba haber vivido esas fiestas con tanta gente allí presente.

Los primeros en llegar fueron mis abuelos, tanto por parte de mi madre como de mi padre. Esperaba con gran deseo su llegada pues, tanto unos como otros, solían cogerme, sentarme en sus rodillas y contarme historias de cuando eran jóvenes.

Ya estaban allí. Después de los saludos, besos y abrazos rutinarios, me sentaron en el medio. A un lado, mi abuelo Ceferino, al otro mi abuelo Lorenzo. Patricia, mi abuela materna, enseguida corrió a la cocina para echar una mano a su hija con los preparativos de la cena.

Sentados en el salón, mi padre recordaba a su madre Sebastiana. En esas fechas tan especiales, siempre faltaba alguien y ella era una de aquellas ausencias. Cuando acabaron de rememorar historias de otra época, mis abuelos comenzaron a contarme sus batallas, aquellas que transformaban en cuentos que yo, con mi edad, vivía como propias a través de mi imaginación y mi fantasía.

Poco a poco el resto de invitados, hermanos, tíos y primos fueron llegando, acudiendo a la cita organizada ese año.

La cena transcurrió tranquila, entre risas y algún que otro llanto. El pavo relleno navideño estaba para chuparse los dedos. Tanto fue así que la velada no terminó hasta altas horas de la madrugada, acabando por tomar los típicos churros con chocolate.

Cerca de la madrugada, la atención de los presentes se posó sobre mí.

-Raquel, será mejor que te acuestes o Papá Noel no vendrá este año -me decían.

-Ese señor no suele venir a casa, a mí me hacen visitas, me dejan mensajes y regalos los Reyes Magos.

-Quien sabe, lo mismo este año es diferente -me contestó mi tío.

Ese era uno de los motivos por los que yo nunca pedía nada, porque sabía que en Navidad no era el día que yo solía recibir regalos, lo que hacía que quizás, los Reyes Magos, me premiaran por este motivo con muchos más obsequios el día 6 de enero.

-Aún así, ya es hora de que los niños se acuesten -sugirió mi madre.

Cosa que produjo las quejas de mis primos y mías.

Minutos más tarde mis tíos, acompañados por sus hijos y mi abuelo Ceferino, abandonaban mi casa, mi madre me ponía el pijama, a la vez que mi padre junto con mis abuelos preparaban camas y colchones, organizándonos a cada uno en su lugar correspondiente.

No sé que hora sería pero, el ruido reinante en la casa, me despertó. Con los ojos aún medio cerrados, me levanté de la cama, adormilada. Al pasar cerca del árbol de navidad, miré bajó sus ramas.

-Nada, este año tampoco se ha acordado de mí. Se ha vuelto a olvidar.

-¿Qué hablas canija? -me preguntó mi hermano Jorge.

No le respondí, sólo encogí los hombros. Mi hermano Ángel nos miraba mientras devoraba su merecido desayuno de leche con galletas. En ese instante llegó mi hermana Pilar y me cogió en brazos.

-Vamos enana, a la ducha.

-No quiero.

-¿Cómo que no quieres? No seas cochina, hay que estar limpia y quitarte esas legañas.

Tengo que decir que de los cuatro hermanos, yo soy la más pequeña, la diferencia de edad con ellos es considerable, por eso mis hermanos ayudaban a mis padres en mi cuidado y me había convertido, por ello, en el centro de atención de todos.

A regañadientes, más enfadada que contenta y haciendo mohines llegamos al baño. De esa no me libraba nadie.

-Mira a ver si el agua de la bañera está caliente -me ordenó mi hermana mientras abría el bote del champú y el jabón que emplearía conmigo.

Al acercarme a las puertas de la mampara que cubrían la bañera, una de ellas estaba entreabierta, supuse que así lo había dispuesto mi hermana para que entrara el calor del radiador. Enseguida los gritos que comencé a dar se oyeron por toda la casa, haciendo que mis padres y el resto de mis hermanos comenzaran a reírse detrás de mí al ver mi reacción.

-Una bici, mamá, una bici, una bici... -no paraba de chillar.

Ese año debí portarme muy bien. Papá Noel sí me había visitado y los Reyes Magos también me dejaron regalos el día 6 de enero.

Aquella mañana no hubo baño. Mis padres decidieron aplazarlo para más tarde, después que hubiera disfrutado en el parque junto a ellos y mis hermanos de mi nuevo juguete: una BH color azul celeste que me dio algún que otro susto con mis caídas y a mi madre más trabajo cosiendo las rodillas y los codos de algún que otro chándal.
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Envíado por Raquel Sánchez García
Enlace relacionado: Navidad en Café Literario

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